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Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació en Arequipa la madrugada del 28 de marzo de 1936, después de “largo y doloroso alumbramiento”. Hijo de Ernesto y Dorita, vivió en la tierra del Misti el primer año de su vida, “el único que he pesado en la ciudad donde nací y del que nada recuerdo”. Viajó luego, con su madre y el abuelo Pedro, a Cochabamba, Bolivía, país en que permaneció hasta inicios del 46, año que comienza un peregrinaje escolar por colegios de Piura y Lima.
El quinto año de primaria lo cursó en el Salesiano de Piura. Sexto, al igual que los dos primeros años de secundaria, en el Colegio La Salle de Lima. El Colegio Militar Leoncio Prado de La Perla, Callao, lo tuvo entre sus alumnos entre 1950 y 1951 y recaló finalmente en el Colegio Nacional San Miguel, centenario plantel al que recuerda siempre con mucho cariño y que ha perennizado en el conjunto de cuentos que forman Los Jefes.
En el viejo claustro, situado en ese entonces en la Plaza Merino, estuvo en la sección “A” de quinto de secundaria. Ocupó el lugar treinta y uno de la lista de alumnos que completaban: Horacio Alberca Pozo, Manuel Amaya Dediós, Victoria Amaya Llenque, Manuel y Ricardo Artadi Checa, Luis Barreto Vilela, Virgilio Benites Chunga, Elba Bobadilla Jiménez, Rogger Burga Acha, Carlos Córdova Aguilar, Rodrigo Escobar Hernández, Hugo Gallo Torres y Salomón Gherson Cohen,
Además, estudiaron con Vargas Llosa: Zoila Gómez Chanduví, Carlos Kuroki Apón, Juan Lamadrid Carrasco, Julio León Orejuela, Elsa Miranda Cherre, José Moy Pacora, Roque Ortega Mejía, Fernando Panta Fiestas, Luis Parrales Paz, Esther Ramos Seminario, Josefa Rangel Castro, Rolando Raygada Zambrano, Isabel Sánchez Zapata, Edilberto Sandoval García, Javier Silva Ruete, Guillermo y Sinclair Temple Castro, William Wong Ato, José Yarlequé Marky y César Zevallos Morales.
Mario, en Piura, combinó sus labores escolares con el trabajo de redactor en La Industria, matutino al que llegó gracias a las recomendaciones que trajo de los periodistas Alfono Delboy y Gastón Aguirre Gamio, con quienes había trabajado en el diario La Crónica, en el verano de 1952. Las cartas se las llevo al doctor Manuel Cerro, propietario-director del periódico de la calle Lima, quien de inmediato lo contrató y le fijo un haber mensual de 300 soles.
Don Manuel, un “viejecito menudo, un pedazo de hombre con la carea requemada por la intemperie, cubierta de mil arrugas”, le encargó revisar los periódicos de Lima, tan luego salga -en la mañanas- del colegio y dé vuelta a las noticias que podrían interesar a los piuranos. Retornaba en las noches, “dos o tres horas, a escribir artículos, hacer reportajes o estar allí para las emergencias”. Cubría las noticias de último minuto.
Conoció en La Industria al señor Nieves, “flaquito, con unos anteojos de gruesas lunas para sus ojos miopes, que armaba los cuatro pliegos del diario”. Era el cajista y con Vargas Llosa, trabajaba en la redacción, Owen Castillo, periodista deportiuvo. “Había además colaboradores externos, como el médico Luis Ginocchio Feijóo”, quien veía todas las noches a Mario, cuando iba a dejar su colaboración. Nunca conversó con él.
“Yo trabajaba allí divirtiéndome mucho, escribiendo de todo y sobre todo, y dándome el lujo, a veces, gracias a la benevolencia con que Pedro del Pino tomaba mis entusiasmos literarios, de publicar poemas que ocupaban toda una plana de las cuatro que tenía el diario”, como aquella que publicó en enero de 1953 y que bajo el título general de Notas culturales apareció “un poema mío, tenebrosamente titulado La noche de los desesperados”.
Pedro del Pino Fajardo, que había asumido la dirección de La Industria, en nota que acompañaba al extenso poema, le augura éxitos y le dice: “(Mario) quisiera descargarte, por unos años, de los pesados bultos que te has echado sobre las espaldas. (Eres) demasiado joven para tamaños encargos del dolor humano…”. Él le confiesa -premonitorias palabras-, estar convencido de su “triunfo definitivo”, pero lo pide no apresurarse, porque “despedaza su edad moza”.
La noche de los desesperados es noche de agonía,
Es noche de garúas espesas, diluías a las sombras
oscuras, en todos los recodos, al fin de los caminos.
Es noche de gritos estrujados, en espera de nidos
para sus voces roncas, espaciadas de llanto y de sollozo…
El poeta pregunta a su hermano si ve avanzar La noche los desesperados y le exige a su “buena hermanita de mi carne” olvidarlo todo, abandonar la rueca y estar desnuda cuando llegue.
Debes tener los pechos erectos como espadas
y terso el vientre a la lluvia y el viento.
Tus muslos largos y delgados deben estar al aire,
brillando y refulgiendo como estrellas,
y tus manos marfileñas, anudadas como cuello de garza y de paloma…
También, Mario Vargas Llosa pide a los guerrilleros, “camaradas de todas mis batallas”, y a las ancianas de sienes plateadas “cuando llegue la cruel noche de los desesperados”: dejar el fusil en la trinchera, ayudarse con sus manos a esconder las arrugas y advierte al peregrino de todos los caminos que lo mimará un minuto, bofeteará con sorna y luego lo hundirá a fuerza de látigo y de insulto.
Finalmente, el adolescente bardo reclama a MELPOMENE: la mujer de los silencios; fantasma de las niebla; la pasajera del alba; recibirlo con todas sus cantatas.
Recíbeme rabiosa y arrójame a tu lecho plagado de reptiles!
Escúpeme en la cara y apaga para siempre en mi cerebro
esta desesperante pasión por los humanos, que marchita mi vida!
¡Seré un amante fiel! ¡Gozaré con tu risa! ¡Lloraré con tus ojos!
¡Y en el parto sacrílego, prostituido en el crepúsculo
Destrozaré mis dedos en tu vientre! ¡Seré un amante fiel!
¡Estréchame en tus sombras!
Vargas Llosa también escribió otros poemas en el periódico que dirigía Pedro del Pino, fogueado periodista, que fue contratado “para que levantará el diario, en la dura competencia que tenía con El Tiempo”. De su inspiración brotaron: Romance de la luna sobre el río, Agonía de Plenilunio, Romance de la Caña Brava, en el que a la ¡Pobrecita Paula! la encontraron yerte,/ rotos sus vestidos,/ rasgadas sus carnes/ y sus crenchas sueltas,/ en la caña brava/ tras el pajonal.
“Aparte de las infinitas noticias que redacté o entrevistas que hice, escribía dos columnas -Buenos Días y Campanario-, en las que hacía comentarios de actualidad y hablaba a menudo (la ignorancia es atrevida) de política y literatura”. También boroneó relatos cortos, como El Grillo y el sapo, dos amigos que anuncia el buen año. Lo hizo bajo el logotipo de Entrebastidores y con su nombre.
En Campanario publicó, la víspera de Navidad, Los problemas de Papa Noel, debidos a que “las cartas llegan y llegan con más pedidos” y como “los recursos económicos escasean”, el hombre de “las barbas blancas y las botas negras hace su presupuesto mascullando maldiciones”. Los pequeños le piden de todo. Desde un “tren eléctrico, hasta una escalera para ir a la Luna…”. Incluso, lo exhortan para que cumpla con el petitorio, porque “el año pasado pedí una pelota de fútbol y me trajiste un yo-yo”.
Sin embargo, entre este mar de escritos, el buen Papa Noel, leyó una que le hizo olvidar los achaques propios de su edad, “apaciguo sus nervios” e hizo desaparecer “la mueca de indignación que le retuerce los labios y la sombra furibunda de sus ojos va desflorando en una cariñosa sonrisa”, que regó con “dos lagrimones duros a los ojos y prorrumpe en sollozos, estrechando la carta contra su pecho”.
La misiva de Anita emocionó al “vejesterio”. La llevo “a sus labios y la besó con infinita ternura”. La niña, en pocas palabras, le contaba los malos momentos que pasaban los peruanos de los inicios de la década del cincuenta y no le pedía nada.
“Querido Papa Noel:
Me llamo Anita y tengo nueve años. Mis papás me han dicho que estás muy pobre este año, así que te escribo para que no te preocupes de regalarme nada. La próxima pascua será.
Hasta pronto”.
Y el hasta pronto de Mario Vargas Llosa llegó, luego de los exámenes finales que rindió en San Miguel. Permaneció aquí unas semanas, pero tuvo que partir porque lo “ilusionaba la perspectiva de entrar a la universidad y comenzar una vida de adulto, pero me apenaba separarme de Piura que significó tanto para mi” y por eso siempre “la llevo conmigo por el mundo, oyendo a los piuranos hablar de esta manera tan cantarina y fatigada, con sus “guas”, sus “churres” y sus superlativos de superlativos, “lindisisísima”, carisisísima, “borrachisisimo…”.
Gran Escritor, de agudísimo criterio liguistico,con una amplia imaginación social.
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