domingo, 10 de octubre de 2010

VARGAS LLOSA (1), SUS INICIOS

El siguiente escrito de RAFEMOLE se publicó en el diario Correo de Piura, edición del sábado 9 de octubre de 2010. Lo reproducimos integramente.



ESCRIBE. Raúl F. Moscol León

El flamante Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, se inició en el periodismo cuando estaba por cumplir dieciséis años y había decido no regresar al Colegio Militar Leoncio Prado, plantel donde cursó -entre 1950 y 1951- el tercero y cuarto año de secundaria, educación que terminó en el Colegio Nacional San Miguel, Alma Mater de Piura.

Jorge Mario Pedro, nombres del galardonado escritor peruano, entró al mundo de la más noble de las profesiones”, en el verano de 1952, luego de confiar a su padre, Ernesto J. Vargas, el deseo de ser periodista. “Ese señor que era mi papá” le prometió hablar con el director de La Crónica y al poco tiempo se incorporó a la redacción del desaparecido diario de los Prado.

El periodismo no le era ajeno al autor de Los jefes. Sus pinitos los había hecho en la International News Service, agencia noticiosa en la que trabajaba su progenitor y cuyos despachos eran llevados por Vargas Llosa “al diario La Crónica, que tenía la exclusividad de todos los servicios de la INS”. Era el mensajero. Trabajaba desde las cinco de la tarde, hasta el filo de la medianoche.

“Gastón Aguirre Morales -arequipeño, amable y ceremonioso- me dio la bienvenida y me señaló mi primera tarea: la presentación de credenciales del nuevo embajador de Brasil… Los tres meses que trabajé en La Crónica provocarían grandes trastornos de mi destino. Allí aprendí lo que era el periodismo, conocí una Lima ignota hasta entonces para mí, y por primera y última vez, hice vida bohemia…”.

En La Crónica hizo de todo. Cubrió “inauguraciones, ceremonias, desfiles, premios, ganadores de lotería o de la “polla” y el “pollón”, entrevistas a cantantes, empresarios de circo, sabios, profetas y todas las actividades, quehaceres o tipos humanos que por una razón u otra merecían ser noticia”. También escribió artículos de fondo, que el diario publicó en su página editorial, con su nombre e ilustrados.

El primer artículo, al parecer, que publicó en el matutino limeño de circulación nacional versaba sobre Algunas consideraciones sobre el chiste, “algo tan corriente, tan antiguo… popular e indispensable en reuniones sociales, fiestas (también en los velorios se oyen algunos buenos)” que provoca reacciones diferentes entre los receptores.

De los chistes, para Vargas Llosa, el más arraigado “en nuestro medio, es aquel que la mente popular cataloga como “chiste colorado”. Y lo difícil, es dar ejemplos de él, salvo el del loro que lo metieron a una refrigeradora y salió gritando “pingüino… pingüino”. Los contadores de bromas también son analizados por el entonces adolescente Mario.

Para él, hay personas que son el alma de la fiesta por su facilidad para contar el último chiste o crear uno nuevo. Todo lo contrario sucede con aquél que se cree gracioso y más bien resulta “pesado, cuya conversación aburre y se le “hace vació”, se huye de él, se procura alejarlo de las fiestas, porque su presencia es más antipática que la peste”.

En otro artículo, alerta a los lectores tener Cuidado con las boticas… porque, “a veces, en lugar de remedios suelen darnos venenos”, como le sucedió a un niño limeño de siete años, que obedeciendo a su mamá tomó sulfato de magnesio que “le quitaría el dolor de cabeza que le aquejaba hacía horas”. El menor, luego de ingerir el “medicamento” murió. La autopsia determinó muerte por envenenamiento.

El deceso del niño la narra Vagas Llosa con lujo de detalles y presagia que si “por culpa de estas cosas, no sólo empeoran los enfermos, sino hasta mueren, entonces llegará el tiempo en que, pese al adelanto de la ciencia, el pueblo recurrirá a las hierbas para curarse”, como muchísimos lo hacen hoy. Reclamó, para evitar muertes inútiles, poner al frente de las farmacias a personal entendido.

Y tratando de no crear faltas expectativas, el laureado exalumno sanmiguelino, no dio credibilidad al anuncio que publicitaba la creación de una droga milagrosa que curaba la tuberculosis, allá por 1952. Pidió a las autoridades de salud y médicos no jugar con la esperanzas de veinte mil pacientes de TBC, porque puede venir “la decepción con sus amargos desengaños”.

La crónica de Vargas Llosa se contraponía a las expectantes informaciones de su periódico que daban cuenta de los “milagros curativos” de Pyricidin, Marsilid y Rimifon, medicamentos que llegaron de Estados Unidos para ser aplicados al jugador de fútbol del Ciclista Lima, Félix Arroyo, con fines estrictamente experimentales.

La lucha libre o cachascán llamó la atención del naciente periodista. Se convirtió en fanático de este deporte, luego de ver en acción a luchadores de la talla del “Toro rompecráneos”, “Tigre Triturador”, “Pelos en la cara”, “Apuñateador de menores” y especialmente cuando pelearon -en el semifondo del cártel- “Anteojitos” y “La Melena Humana”, bajo la atenta mirada del árbitro “Muerdepiernas”.


“Anteojitos mordía con gusto. Melena Humana era un experto luchador. Agarraba a Anteojitos por las piernas, le levantaba en el aire y luego lo tiraba con fuerza al suelo, donde lo pisoteaba a su gusto… La lucha parecía no detenerse nunca. Seguían los golpes… El match terminó en un segundo. Anteojitos salió volando del ring, mientras que La Melena Humana caía desmayado sobre la lona…”.

El público salió delirando de entusiasmo. Mario Vargas Llosa también. Él confesó, al final de su último artículo para La Crónica: Un espectáculo sensacional, que “desde ese día me he hecho fanático del cachascán”. Dejo el periódico para viajar a Piura, estudiar en el Colegio Nacional San Miguel y trabajar en La Industria, desaparecido diario dirigido, en ese entonces, por Pedro del Pino Fajardo.

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