sábado, 27 de diciembre de 2008

EL PAPA NOEL DE VARGAS LLOSA

Escribe: RAUL F. MOSCOL LEON
rafemole@yahoo.com

La navidad llego, pero los tiempos han cambiado. Ya los niños no escriben cartas al Niño Dios. No dejan bien lustraditos sus zapatos para que Papa Noel les deje el regalo pedido. Tampoco duermen temprano, para despertar rodeados de juguetes, dejados por el viejito bonachón de barba blanca, voz ronca, que sostiene su vestimenta rojiblanca con un grueso cinturón negro.
Hoy todos participan de la noche buena. Los niños se sientan a la mesa para compartir con la familia la fiesta del amor y se despachan a su gusto, rompiendo los papeles que envuelven los obsequios comprados por sus papás, en estos momentos de falta de dinero en los bolsillos, por la apremiante crisis económica que afecta al mundo y que ya golpea al país.
La falta de circulante también golpeó -hace muchos años- a Santa Claus. Mario Vargas Llosa, laureado escritor peruano, narraba en diciembre del 52, Los problemas de Papa Noel debido a que “las cartas llegan y llegan con más pedidos” y como “los recursos económicos escasean”, el hombre de “las barbas blancas y las botas negras hace su presupuesto mascullando maldiciones”.
-Mocosos del demonio-, exclama revisando las cartas.
Los pequeños le piden de todo al Papa Noel de Vargas Llosa. Desde un “tren eléctrico hasta una escalera para ir a la Luna”, pasando por una bicicleta que sea bien Raleigh. Incluso, lo exhortan para que cumpla con el petitorio, porque “el año pasado pedí una pelota de fútbol y me trajiste un yo-yo”. Algunos hasta reclaman “un par de aretes para regalárselos a Nina”.
-Es mi enamorada, ¿sabes?

Pero como a Papa Noel no le sobraba la plata, tuvo que tomar “sabias” decisiones, según relata Jorge Mario Pedro en su columna Campanario que escribía -allá por 1952- en la Industria. El joven Vargas Llosa, después de escuchar sus clases diarias en el Colegio Nacional San Miguel -cursaba el quinto año de secundaria-, trabajaba como periodista en el desaparecido diario de la calle Lima de Piura.
“Ajá... Este condenado quiere un piano. Bueno. Que sea un rondín; es más manuable...”. “Hola, hola... con que una escopeta...Ah! y el miserable la quiere de dos cañones... Tendrá una honda. Menos dañina y menos cara...”.

Sin embargo, entre este mar de escritos, el buen Papa Noel, leyó una que le hizo olvidar los achaques propios de su edad, “apaciguo sus nervios” e hizo desaparecer “la mueca de indignación que le retuerce los labios y la sombra furibunda de sus ojos va desflorando en una cariñosa sonrisa”, que regó con “dos lagrimones duros a los ojos y prorrumpe en sollozos, estrechando la carta contra su pecho”.
La misiva emocionó al “vejesterio”. La llevo “a sus labios y la besó con infinita ternura”, para exclamar luego: “Tú, tú hija mía tendrás todo. Aunque tenga que asaltar un banco”. Anita, en pocas palabras, daba cuenta de los malos momentos que pasaban los peruanos de inicios de la década del cincuenta y no le pedía nada.
“Querido Papa Noel:
Me llamo Anita y tengo nueve años. Mis papás me han dicho que estás muy pobre este año, así que te escribo para que no te preocupes de regalarme nada. La próxima pascua será.
Hasta pronto”.
Hoy nuestros niños, después de cincuenta y seis años -en plena crisis-, piensan igual que Anita?, teniendo en cuenta que si bien el relato del gran Vargas Llosa es producto de la ficción, no está muy lejos de la realidad que el país vive y de lo que no escapa ni siquiera Papa Noel, quien “entiesándose, altivo y arrugado” exclama:
-Esto es lo que me quita la vida!


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